miércoles, mayo 25, 2011

E A T: Diversidad intolerable. Sombra y violencia.

Diversidad intolerable. Sombra y violencia*



Fania Castillo
Psicóloga
Universidad de Los Andes
 Venezuela




RESUMEN

Partimos del reconocimiento de una dificultad para convivir y del agotamiento en la búsqueda de sentidos y soluciones.
La utopía de un mundo plural y pacíficamente diverso se ve afrontada a diario por la violencia que sigue engendrando cabezas de hidra multiplicadas en cada esfuerzo heroico.
Ni buen salvaje, ni civilización pacificadora.
El Otro temible, objeto a someter o enemigo a destruir... ha tomado muchas formas. El Lejano Oriente, la mujer en la casa, el niño de la calle… Expresiones de la sombra de una psique individual y colectiva que se proyecta en la creación de la figura del paria.
Ese que puedo ver distinto, chivo expiatorio de nuestras miserias.
En torno a esta figura discurrirá nuestra lectura de la dificultad para la convivencia en diversidad.


Palabras clave: Violencia, Sombra, El Otro.



Diversidad intolerable. Sombra y violencia
Ante todo debemos reconocer el riesgo de la repetitividad y de la petrificación. En torno a un aspecto terriblemente oscuro del mundo, la violencia que es capaz de crear el hombre y verter sobre sí mismo, se ha escrito mucho, quizás demasiado. Martín-Barbero, investigador colombiano, advierte el carácter sintomático de este exceso de reportes, artículos y libros sobre el tema de la violencia. Como si al cercarla con palabras creyéramos poder conjurarla o al menos acorralarla (Daza y Zuleta, 1997, ix). Tal parece que la modernidad ha intentado vencer al horror encerrándolo en conceptos, categorías, diagnósticos y veredictos judiciales. No hace falta una revisión exhaustiva para comprobar que el horror no ha hecho más que incrementarse, como las serpientes míticas que se multiplican al cortarse una de sus cabezas.
Parece urgente mirar este monstruo que sigue creciendo. Un sociólogo sensible inicia su elaboración de una visión intuitiva al mundo contemporáneo con la siguiente frase, que tomaremos como buen consejo: Cuando la sensación de urgencia se halla en su punto más álgido es quizás cuando llega el momento de poner en juego una estrategia de la lentitud (Mafessoli, 1997, p. 11).
Disquisiciones sobre el concepto de la violencia nos llevarían por su etimología en la fuerza hacia su inseparable relación con el poder. Nos perderíamos en los vericuetos de sus múltiples formas visibles e invisibles para descubrir que es violento cualquier gobierno; violento despertar a un niño que duerme plácidamente para enviarlo a la escuela. O podríamos llegar a concluir que hay una violencia instintiva, en la ilusión de una racionalidad quien contiene mediante frágiles amarras nuestra natural agresividad. Las abundantísimas posiciones al respecto han oscilado entre ambos extremos, defendiendo al “buen salvaje” de Rousseau o preconizando a la civilización como forma de extirpar nuestro temible lado “animal” (Sánchez, 1998).
No nos proponemos ahora pormenorizar sobre lo que se ha cubierto intensa y extensamente en otros trabajos. Acuciosos antropólogos y arqueólogos se han encargado de mostrar que nuestros dignos ancestros no eran tan pacíficos como se ha querido creer y que la violencia ha existido siempre (Guilane y Zammit, 2002). Por otro lado, el gran proyecto civilizatorio del “Nuevo Mundo”, la bomba nuclear y el campo de concentración bastan para ver que el “progreso” no acaba con la violencia sino que permite ponerla en práctica con mayores niveles de sofisticación (Bárcena, 2001; Mantegazza, 2006; Mélich, 2001).
La psicología como ciencia se ha ocupado de este “problema” de diversas maneras. Hacemos énfasis en la palabra problema porque desde un abordaje clínico la aproximación a la violencia de entrada patologiza. Siguiendo a Hillman (1977) diremos que puede que la problematización como manifestación de un impulso por querer resolver haya signado un camino sintomático en el estudio de estos fenómenos.
En esta ponencia nos limitaremos a proponer una lectura que parte del reconocimiento de una dificultad para convivir y del agotamiento en la búsqueda de sentidos y soluciones.
La utopía de un mundo plural y pacíficamente diverso se ve afrontada a diario por la violencia que sigue engendrando cabezas de hidra multiplicadas en cada esfuerzo heroico.
Ni buen salvaje, ni civilización pacificadora. Se nos aparece un panorama desolador. Convivir en diversidad se vislumbra imposible, en nuestro pasado, presente y futuro. Tal parece que la humanidad lleva inherente una necesidad de diferenciar, apartar, descubrir-crear un otro distinto hacia el cual volcarse con violencia destructora.
Ese Otro temible, objeto a someter o enemigo a destruir... ha tomado muchas formas. El Lejano Oriente, la mujer en la casa, el niño de la calle… Son expresiones de la sombra de una psique individual y colectiva que se proyecta en la creación de la figura del paria. El desterrado, personaje vital, tal vez el más importante, cloaca de nuestra cultura.
Aquel que puedo ver distinto, chivo expiatorio de nuestras miserias. El sujeto sacrificial de Girard (1975), vigente en todas las figuras marcadas por la exclusión o el sometimiento. Si nos parecen arbitrarios los criterios antiguos para elegir víctimas o enemigos, aplicamos ciegamente la maquinaria aplastante de nuestros cánones de hoy.
La cacería de brujas medieval, ataque feroz contra la carnalidad (sexo, sensualidad, pasión, vida), la exaltación del espíritu en la flagelación y restricción del cuerpo, ocultamiento de formas y deseos, glorificación de la abstinencia. Qué tan distinta de la sexualidad ahora develada, expuesta, de los cuerpos sometidos a la tiranía del mercado, del rigor de la dieta y el flagelo del bisturí “estético”. El cuerpo paria, aún le tememos y recluimos en rituales violentos, de control y dominación.
Desde la psicología arquetipal, reconocemos la tendencia a ocultar aspectos incongruentes con nuestros ideales (morales, estéticos). Estos aspectos sombríos que se destierran a los más oscuros rincones del alma, negados para nuestra conciencia, obtienen salida en forma de juicios. Calificamos al Otro con lo que tememos, marcamos distancias y emitimos edictos que mantienen la ilusión de unicidad. Imponemos límites que nos encarcelan en una polaridad de bien y de belleza, aislándonos de la riqueza de la pluralidad del mundo.
Freud nos mostró que el hombre desconoce gran parte de sí mismo. Jung adivinó en estas profundidades ocultas la riqueza de la humanidad. Advirtió además la necesidad no sólo individual de proyectar hacia fuera lo que resulta incongruente con nuestra imagen consciente de nosotros, sino un impulso colectivo a designar representantes de la sombra cultural. Siempre existirán los bárbaros porque necesitamos un sitio visible (externo) para el mal, para la debilidad y todo lo que tememos ver en el espejo. Los rasgos terribles de la humanidad los llamamos in-humanos.
Nuestro espejo oscuro, entonces, será el paria. Quien ocupe el lugar designado por la cultura como inferior, distinto o enemigo. Hacia este chivo expiatorio debemos mirar para encontrar los aspectos invisibles de nuestra psique colectiva. Reconocernos en el Otro implica un esfuerzo tremendo, desmontar los mecanismos de control inconscientes que mantienen límites definidos. Descubrir que compartimos almas y que sólo alcanzo a ver lo que permite una mirada divisora pero debo adivinar más allá para tocar un extremo opuesto que es mi complemento y mi profundidad.
La tolerancia de la diversidad, asociada a derechos humanos, a veces parece una obligación moral, un esfuerzo compasivo, caridad racionalizada. La caridad no es sino otra forma de invisibilizar al Otro, de borrarlo a través de la vestidura del sometimiento organizado, con sentimentalismos intelectualizados para mantenerlo en su puesto de inferior.
La violencia tiene formas infinitas, cabezas envenenadas que siguen multiplicándose en cada esfuerzo heroico. El héroe no puede reconocer su sombra, al contrario, necesita del enemigo para combatir. En la postura heroica la lucha contra la violencia sigue destajando y engendrando monstruos míticos.
Vernos en diversidad implicaría un reconocimiento del Otro en nosotros, el jugar a no ser uno, el jugar a la multiplicidad. El villano y el freak, el otro sexo, niño abandonado y joven rebelde, bufón y mendigo…. Qué infinidad de personajes posibles en nuestra alma y tendemos a escoger siempre los mismos papeles. En la lucha por la identidad cultural pareciera que pretendemos oponer un nuevo canon y seguimos negando, seguimos unificando lo disperso. Será que debemos ser más lúdicos, menos solemnes, más dispuestos a ver nuestras múltiples caras. Valdría la pena explorar qué oculta el espejo en su revés…


Referencias

Bárcena, F. (2001). La esfinge muda. El aprendizaje del dolor después de Auschwitz. Barcelona: Antrophos.
Daza, G. y Zuleta, M. (1997). Maquinaciones sutiles de la violencia. Bogotá: Siglo del Hombre Editores.
Girard, R. (1975). La violencia y lo sagrado. Caracas: Ediciones de la Biblioteca de la UCV.
Hillman, J. (1977). Re-visioning psychology. New York: Harper.
Maffesoli, M. (1997). Elogio de la razón sensible. Barcelona: Paidós.
Mantegaza, R. (2006). El olor del humo. Auschwitz y la pedagogía del exterminio. Barcelona: Anthropos.
Mélich, J. (2001). La ausencia del testimonio. Ética y pedagogía en los relatos del Holocausto. Barcelona: Anthropos.
Sánchez, A.  (1998). El mundo de la violencia. (Comp.). México: Fondo de cultura económica.



* Presentado como ponencia en el II Congreso Internacional Transdisciplinario de Investigación en Ciencias Sociales y Humanísticas. UNET – octubre 2008



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